lunes, 27 de diciembre de 2010

¿FELIZ NAVIDAD?






El secreto de la felicidad es la caridad: ser feliz haciendo felices a los demás, ya que la felicidad no es auténtica hasta que es compartida.

Por Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre



Por regla general, tenemos la costumbre de felicitarnos cuando las cosas nos han salido “redondas”: Se felicita al político cuando gana las elecciones. Se felicita al alumno que ha sido el primero de la clase. Se felicita a los agraciados en la lotería...
Ciertamente, no es ése el sentido en el que la tradición cristiana ha felicitado las Navidades. Los cristianos hemos aprendido de Jesucristo, que la felicidad no es sinónimo de éxito o de triunfo, y ni tan siquiera de ausencia de sufrimiento. Frente a quienes piensan que la felicidad sólo será posible cuando la cruz haya desaparecido del horizonte de nuestra existencia, la Natividad de Jesús, su infancia, su vida pública y su Pasión y Resurrección, nos enseñan que la felicidad encierra un misterio...

Felicidad en el abajamiento: Para acercarnos adecuadamente al misterio de la Navidad, es necesario conocerla no sólo desde nuestra perspectiva humana, sino asomarnos también a la divina. Lo que para nosotros es la fiesta de la Navidad -Dios con nosotros-, al mismo tiempo es también el misterio del abajamiento, el despojamiento y la humillación de Dios, quien “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. (Flp 2, 6-7).

El misterio de Belén es gozo y alegría, envuelto en la Cruz: el emperador ordena la realización de un censo, para dominar mejor y expoliar más a sus súbditos. José vive la humillación de no poder encontrar quien les reciba en su ciudad natal. La cuna del Mesías de Israel, resulta ser el pesebre de unos animales. La Sagrada Familia se ve obligada a huir y a refugiarse en Egipto, escapando de la persecución de Herodes... “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). Pero a pesar de todo ello, el Cielo también estaba de fiesta, y se “felicitaba”: “Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace»”. (Lc 2, 13-14)

En uno de los himnos de la liturgia navideña la Iglesia expresa así esa “felicidad misteriosa”:

“Ver llorar a la Alegría,
ver tan pobre a la Riqueza,
ver tan baja a la Grandeza
... y ver que Dios lo quería”

Felicidad y pobreza de espíritu: Kierkegaard, filósofo y teólogo danés del siglo XIX, decía que "la puerta de la felicidad se abre hacia adentro y que hay que retirarse para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más".

En un sentido similar, decía Tolstoi que "el secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer lo que se hace". Por ello, el Salmo 130 nos invita a descubrir la felicidad en el abandono confiado en las manos de Dios: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espero Israel en el Señor, ahora y por siempre”. Frente a quienes piensan que la fórmula para alcanzar la felicidad consiste en poseerlo todo, Jesús nos ha enseñado que el secreto está en desear poco, o mejor dicho, en desear sólo al Todo.

Paradójicamente, la felicidad exige el precio del olvido de uno mismo: “Quien busque su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 10, 39). El secreto de la felicidad es la caridad: ser feliz haciendo felices a los demás, ya que la felicidad no es auténtica hasta que es compartida.

A todos vosotros, fieles: ¡Feliz Navidad! Pido al Niño Dios por todas las familias, y en estas fechas tan entrañables os deseo la verdadera felicidad.


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